La rehabilitación de la parroquia de la Divina Pastora y Santa Teresa, iglesia del antiguo convento capuchino de Málaga, ha permitido la recuperación de pinturas murales del siglo XVIII que decoran gran parte del interior del templo y que lo convierten en el único en su género de los edificios de la capital que poseen este tipo de decoración barroca. Ha sido posible gracias a los trabajos que ha desarrollado durante el último año la Oficina de Rehabilitación Urbana del Instituto Municipal de la Vivienda (IMV) en coordinación con el Obispado de Málaga. La intervención ha supuesto una inversión total de 279.425,17 euros: el Consistorio se ha hecho cargo del coste de la obra, que asciende a los 259.901,85 euros, y la entidad religiosa de los honorarios técnicos, 19.523,32 euros.
Las autoridades han visitado este sábado el templo que, tras concluir los trabajos de rehabilitación realizados, ya espera a su Patrona y demás devociones. Durante la visita, el obispo de Málaga, Jesús Catalá, ha destacado la importancia de la colaboración entre las distintas instituciones y ha agradecido la colaboración del Ayuntamiento de Málaga. Catalá ha explicado que «llevamos ya restaurando cerca de diez años, empezando por la instalación eléctrica y las distintas fases que han permitido recuperar la totalidad del edificio. Las pinturas que han salido a la luz eran desconocidas, por lo que quiero felicitar a los técnicos que han llevado a cabo esta restauración».
El templo fue edificado en la primera mitad del siglo XVII por los frailes capuchinos, en el cerro en el que se hallaba la ermita de Santa Brígida. Se inauguró en el año 1632. En 2006, la Oficina de Rehabilitación del IMV llevó a cabo la reparación y mejora de la fachada, tanto de la iglesia como del colegio anexo. Con la dirección del arquitecto técnico Pablo Pastor, se puso en valor el aspecto externo del edificio que, no obstante, seguía presentando carencias en su interior.
En 2014, el Obispado decide acometer la sustitución de todas las cubiertas debido al elevado grado de deterioro que presentaban, según proyecto del arquitecto Adolfo Godina y con un coste de 324.186,89 euros. Finalmente, en 2017 se impulsó la ejecución de una intervención integral de reparación de todo el interior. Esta última actuación, también bajo la dirección técnica de Pablo Pastor y desarrollada por la empresa Edificaciones Castelló, ha servido para terminar de recuperar un templo caracterizado por varias singularidades artísticas y arquitectónicas.
La iglesia volverá a abrir al culto para acoger la Solemne Novena a la Divina Pastora, una vez que finalicen las labores para culminar las obras de reparación de su interior, así como para disponer del equipamiento necesario para reanudar las celebraciones religiosas.
Características de la actuación
Las obras de reparación del interior arrancaron en julio de 2017. El edificio se encontraba afectado fundamentalmente por el mal estado que presentaba la solería y los revestimientos debido a la humedad y a la carencia de una base firme de sustentación de sus suelos.
Los trabajos han consistido en la renovación de todo el pavimento tanto de la iglesia como de algunas de sus dependencias anexas, como la sacristía y el pasillo que la recorre lateralmente. En la iglesia se ha aplicado un nuevo pavimento de mármol en tonos blanco y rojo, y se han reparado todos los camarines de la nave lateral situada junto al convento de las monjas clarisas, abriendo en uno de ellos las ventanas laterales originales que daban luz natural a las imágenes contenidas en estos espacios.
Se ha renovado toda la instalación eléctrica y de megafonía, disponiendo una nueva capilla bautismal en el arranque de la nave lateral sur, más próxima a la entrada. Ello ha implicado el traslado de los restos del sacerdote Juan Estrada Castro, primer párroco de la iglesia, junto al retablo que contiene el busto del Cristo de las Lágrimas. También se ha aplicado un nuevo revestimiento de revoco de cal en los paramentos de la sacristía y el claustro lateral, en el que se ha colocado un suelo a base de ladrillo cerámico colcado en espigas, muy similar al que existía originalmente en la iglesia y sus claustros adyacentes.
El pozo de uno de estos claustros, convertido hoy en patio, ha recuperado su primitiva disposición, lo que contribuirá a paliar el problema de humedades que ha presentado la edificación en los últimos años. También se ha restaurado la carpintería de varias puertas, algunas de ellas datadas en el siglo XVIII. La sustitución de la solería dejó al descubierto la estructura muraria de la ermita de Santa Brígida, ocupando parte de la actual nave del Evangelio y claustro.
Destacada recuperación pictórica
Pero, posiblemente, la intervención más singular de todas ha sido la recuperación de las pinturas murales que decoran gran parte del interior del templo y que lo convierten en un ejemplo único en su género de los edificios religiosos y civiles de la capital que poseen este tipo de decoración barroca, fundamentalmente en sus muros externos.
Esta labor, realizada por la restauradora Gloria Pérez Fernández y su equipo de colaboradores, ha permitido sacar a la luz la decoración de dos bóvedas de la nave lateral norte formadas por ángeles y motivos vegetales sobre fondo de color rojizo, en el caso de la capilla que ocupa actualmente la Cofradía del Prendimiento, y por una representación de la escena del Carro de Fuego de San Francisco de Asís, en el tramo de nave de la capilla adyacente, y que con toda seguridad perteneció a la Venerable Orden Tercera de San Francisco de Asís.
Además, en base a la documentación aportada por esta Congregación, es la única que posee cripta de enterramientos, encontrada durante las obras. En esa escena, plasmada con un gran dominio de la perspectiva, aparecen un grupo de frailes capuchinos que, junto a un templo, posiblemente inspirado en la primitiva configuración del convento malagueño, admiran extasiados la presencia de San Francisco de Asís sobre un carro de fuego tirado por cuatro caballos. Se trata de un episodio de la vida del fundador de la orden que cuenta que una noche en que los varones de Asís dormían en una iglesia de la ciudad, San Francisco decidió salir a orar. De madrugada, entró por la puerta un carro de fuego de admirable resplandor que dio tres vueltas al cuarto donde se encontraban descansando los frailes. Sobre el carro se alzaba un globo semejante al sol que iluminaba la oscuridad. Los frailes quedaron atónitos al ver encima a San Francisco, que tenía el corazón iluminado con una luz radiante. Los testigos de este hecho lo interpretaron como una muestra de santidad.
Igualmente, destacan las pinturas murales aparecidas en los muros y el techo de la nave central de la iglesia. Llaman especialmente la atención los escudos enmarcados en una hojarasca de llamativas tonalidades que presiden las paredes laterales del altar mayor (uno de ellos perdido por la apertura de una ventana), las cenefas de rocalla que enmarcan los arcos que componen el techo de la nave y los huecos de los ventanales que la iluminan, los escudos de armas del regidor Baltasar Bastardo de Cisneros (patrono del convento) en los dos arranques del arco toral y la inscripción caligráfica de gran formato que recorre la cara frontal de este arco y en la que puede leerse: «Ecce beatificamus eos qui sustinuerunt«. Se trata de una frase contenida en una epístola del apóstol Santiago (capítulo 5- 11) que puede traducirse como «Fíjense que llamamos felices a aquellos que fueron capaces de perseverar» o «Aquí honramos a aquellos que perseveraron». El beato capuchino fray Diego José de Cádiz la empleó en uno de sus famosos sermones: «Todo con la paciencia se consigue, los efectos de nuestra oración, la perfección de nuestro sufrimiento, y la suerte bienaventurada de nuestras almas: Ecce beatificamus eos qui sustinuerunt. ¡Oh! ¡qué hermosa es esta virtud, y quán digna de nuestras atenciones para ganar con ella el cielo!» (Colección de sermones y otras obras del P. F. Diego José de Cadiz, Madrid, 1799).
Es muy posible que este afamado beato capuchino, fundador de la Congregación y que perteneció al convento de Málaga desde 1771 hasta 1788, mandara decorar de este modo la austera arquitectura de la iglesia capuchina de Málaga. Fue precisamente en la segunda mitad del siglo XVIII cuando más proliferaron este tipo de pinturas murales en los edificios malagueños, ocultadas décadas después con capas de cal por motivos de higiene.